sábado, 19 de julio de 2008

La televisión-Carmen Aristegui‏

La televisionEntre insólito, patético y ridículo resultó lo que hizo la principal televisora del país con el presidente del Senado, Santiago Creel. Borrarlo, como remedo estalinista, de la pantalla de televisión y, por lo tanto, de la escena pública es algo que alcanza ya tintes enfermizos de quien o quienes tomaron la decisión. Entre otras cosas porque no se trata de un hecho aislado.La respuesta de la televisora ante el extrañamiento de RTC resultó tan hueca como insostenible: "Se cometió un error de edición en la imagen del senador Creel". Esa afirmación es falsa y lo saben los profesionales y lo sabe cualquiera que haya visto esa imagen. Lo sabe el doctor Leopoldo Gómez, a quien estimo personalmente, pero que sabe muy bien que una explicación como ésa no puede satisfacer ni a RTC ni al Senado ni a nadie. A todas luces estamos frente a una acción deliberada para eliminar de la escena a un protagonista de la vida pública. Baste ver el tipo de encuadres que muestran a los participantes del encuentro de un lado y otro del senador, evitando registrar su imagen en cualquier plano cerrado, y cuando aparece en los planos abiertos es borrado. El remate estúpido de un veto mayor.Lo que el Canal 2 transmitió a millones de personas, en su nota del 2 de julio sobre el debate petrolero en el Senado, es absolutamente inaceptable por varias razones.La principal tiene que ver con el poco respeto que se muestra a una audiencia de millones de personas que tienen como su principal fuente de información política, precisamente, a la televisión. El principal agravio no es sólo a la víctima directa de la mutilación visual, sino a un público a quien se le escamotea el elemental derecho a estar informado. La desaparición del rostro de Creel es un capítulo más de una larga cadena de omisiones deliberadas del trabajo en el Congreso y especialmente del senador Creel. En los 44 días que siguieron a la aprobación de la reforma electoral, que prohíbe la compra de tiempos en radio y televisión, la información sobre el Congreso y sus legisladores cayó dramáticamente. Así lo demuestra el monitoreo que hizo el propio Senado. Mientras que Enrique Peña Nieto registra más de 700 menciones en ese periodo, en una sobreexposición también anómala, Congreso y legisladores literalmente desaparecen de las pantallas en una clara represalia informativa. La prensa reportó 70 por ciento de la cobertura del Senado, la radio 33 por ciento y la televisión únicamente un 4 por ciento. Un auténtico ostracismo informativo.Es claro que las televisoras vieron afectados sus intereses al haberse establecido la prohibición de compra con fines electorales y eso afectó los ingresos millonarios de recursos públicos que tenía la industria en tiempo de campañas. Tienen derecho a inconformarse si creen que esa reforma les afecta, pero no tienen derecho a hacerlo a costillas de los ciudadanos y su derecho a saber. El ex secretario de Gobernación ha sido objeto de un consistente veto televisivo que dura ya por lo menos un año y me temo que en las actuales condiciones no será el último. No importa lo que haga, lo que diga, o la relevancia de su representación o de su presencia pública. La consigna es que no salga en las pantallas. La consigna es desaparecerlo frente a un público masivo sin importar, en absoluto, el derecho de las audiencias a recibir información relevante, plural, crítica, oportuna y veraz sobre lo que hacen o dejan de hacer aquellos que tienen un mandato de la sociedad, además de los otros actores de la vida nacional. Cercenar, no sólo la imagen, sino la palabra y las ideas (las que sean) de quien o quienes tienen la representación social, es una afrenta muy seria. Como pocos, Santiago Creel ha probado en su vida política las mieles y las hieles del trato con las televisoras. Fue beneficiario, por ejemplo, de una cobertura privilegiada en Televisa, en marzo y abril de 2005, en detrimento de la figura de Felipe Calderón, cuando ambos competían por la candidatura presidencial. Entre febrero y marzo, Calderón no tuvo una sola nota en la televisora, justo cuando se cocinaba la Ley Televisa, en tanto que Santiago Creel gozaba de un tratamiento desmedido a su favor desde las pantallas. Hoy, por las razones que sean, es desaparecido de la televisión. El tema aquí no son tanto las cuitas de Creel con Televisa sino la constatación, nuevamente, de que desde el régimen duopólico que impera en la televisión mexicana se pueden poner en práctica, sin recato alguno, una serie de criterios extraperiodísticos para determinar qué se informa, qué no se informa y cómo se informa a millones de personas que tienen en la televisión a la principal ventana de contacto con la realidad nacional. Si no que le pregunten a López Obrador, a Calderón, a Cárdenas, a Castañeda, a la Suprema Corte, al equipo Puebla, a Corral, a Bartlett, a Junco de la Vega, a Saba y a una lista demasiado larga ya. Ése y no otro es el tema principal.

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