martes, 12 de agosto de 2008

Cortos de Laica 159‏

El acceso al conocimiento y al ejercicio sereno de la razón puede discurrir de muy variadas maneras. René Descartes, el filósofo francés del siglo XVII, optó primero por adentrarse en los escritos dejados por los sabios de todos los tiempos. Luego, decidió viajar, como forma de conocer otras culturas y sus tradiciones de manera directa. Finalmente, para completar su formación, regresó a lo más inmediato y a veces más lejano: el conocimiento de sí mismo. En su libro, Discurso del Método (Editorial Época, México, 2006), Descartes plantea cuestiones como la famosa frase: pienso, luego existo. Veamos otras de sus ideas:

La facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual a todos los seres humanos; y, por lo tanto, la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino únicamente que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien.

La lectura de los buenos libros es como una conversación con los mejores ingenios de los pasados siglos que los han compuesto, y hasta una conversación estudiada en la que nos descubren lo más selecto de sus pensamientos.

Abandoné el estudio de las letras resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo o en el libro del gran mundo. Empleé el resto de mi juventud en viajar, en cultivar la sociedad de gente de condiciones y humores diversos, en recoger varias experiencias, en ponerme a mí mismo a prueba en los casos que la fortuna me deparaba.

Mas cuando hube pasado varios años estudiando en el libro del mundo, es decir, en lo que me mostraban mis viajes, resolví un día estudiarme también a mí mismo y a emplear todas las fuerzas de mi ingenio en la elección de la senda que debía seguir; lo cual me salió mucho mejor, según creo, que si no me hubiese nunca alejado de mi tierra y de mis libros.

Buscando un verdadero método para la obtención del conocimiento que mi espíritu fuera capaz elegí las siguientes cuatro leyes.

1. No admitir como verdadera cosa alguna, si no consta con evidencia que lo es, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación.
2. Dividir cada una de las dificultades que examinare en cuantas partes fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
3. Conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos.
4. Hacer siempre revisiones amplias para estar seguro de no haber omitido nada importante.

Lo que más contento me daba con este método era que, con él, tenía la seguridad de emplear mi razón en todo, si no perfectamente, por lo menos lo mejor que fuera en mi poder.

Frente por la Cultura Laica

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